Evolution homosapien

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Homosapien evolution

viernes, 6 de enero de 2012

LO QUE VEÍA SENTADA EN UN BANCO

Hoy, 8-11-11, tengo veintidós años de edad y tantos meses. Me he venido a un banco de las setas "supersónicas" de la Plaza de la Encarnación, en Sevilla. Aquí hace más frío que abajo, porque está a más altura, pero me da igual. Intento buscar un poco de intimidad fuera de la facultad... (cosa que aveces en ésta ciudad, en este mundo, parece imposible de alcanzar, algo tan simple). Allí casi todo el mundo se para y me habla, y hoy no quiero hablar. No me apetece porque no lo necesito. De repente, dejo de leer mi libro, una señora se ha sentado a unos dos metros a mi izquierda. Su hijo juega en un supuesto parque (de césped artificial) que hay a unos cinco metros en frente de nosotras. Obviamente ella no juega con él, se fuma un cigarro. En el parque también hay más gente, entre ellos un padre solitario con su hija (ésta vez el hombre por lo menos está dentro del parque...), aparentemente le presta algo de atención a su pequeña, pero... ¡plás! se da vuelta y... ¡Voilá!... mientras su hija juega, él, vestido con traje de chaqueta caro, en buena forma, elegante, aunque con perilla y barba de dos días (para resultar un tanto informal a la par que sexy...)... habla por el móvil. A saber con quién, quizá con algún empresario que también finge cuidar a su hij@, no siendo capaz de despegarse del teléfono ni la media hora que tiene para dedicar a pasar tiempo con la única de la familia con la que acabará teniendo una verdadera relación como tal. La lleva al parque más aburrido, triste y sintético de Sevilla, para que juegue sola.
En un banco más lejos hay dos adolescentes salidos (enamorados para susceptibles) dándose el lote. La señora de mi izquierda se va, coge al niño y se lo lleva, éste llora porque no se quiere ir... pobre niño, si prefiere estar en ese parque en lugar de su casa, ¿cómo será estar en su casa?.
Los dos adolescentes me traen recuerdos, el amor adolescente...
no es igual que el amor adulto. Simplemente amas, todo te duele demasiado, pero también todo lo sientes de una forma más sincera.
Pasan guiris que me miran extrañados, preguntándose qué coño estaré escribiendo. Todo el mundo que pasa se piensa que escribo algo súper importante: una novela, un artículo... y no digo si me hubiese traído la cámara... sería una periodista secreta que investiga a la gente de a pie. Nadie cae que simplemente puede que esté escribiendo lo que pienso al verles, porque nadie lo hace, el mundo es menos sincero de lo que creemos.
Delante de mis ojos tengo un hotel, "Ducal", tan sólo tiene cuatro ventanales abiertos de dieciséis, hay crisis, se nota por todas partes, pero yo más que en el dinero (del cuál escaseo) lo noto en el ambiente, en los ojos de la gente, en los ánimos palpables en el aire al respirar... en detalles que pasan desapercibidos para la inmensa mayoría. A los artistas, o personas que viven con el arte, nos llaman egocéntricos porque nos quedamos a solas la mayoría del tiempo que nos pertenece, propiedad propia. Porque siempre tenemos algo que proyectar y por buscar la soledad, madre de nuestro sentir. Pero lo cierto es que más egocentrismo derraman aquellas personas que no entienden que nosotros involuntariamente y por necesidad, estamos continuamente viviendo y representando situaciones sinceras y, que nadie quiere ver, decir o pensar... Y eso les duele (en el fondo inconsciente).
También hay en el parque un niño con la parte de atrás de la cabeza rapada y con una enorme cicatriz de alguna intervención quirúrgica grave. El niño juega como si nada, nada le importa, porque está vivo... y solamente vive. Los demás niños juegan con él y ni siquiera se fijan en que le falta media melena. 
Cuando eres niño eres inocente, despreocupado, nada te importa demasiado si tiene cinco duros para chuches, te expresas sin pudores, eres libre, puro... y luego te contaminas cuando empiezas a poseer razón. Te mezclas con la mierda humana más tétrica. Tienes problemas y tardas un tiempo en aprender a resolverlos, o simplemente a aceptarlos y vivir siempre con ellos. 
Siempre he entendido a Petter Pan.
Cada vez llega más gente, cada vez hace más frío. Es gracioso, valiente contradicción, pero es así, la naturaleza no atiende a razones, no la dominamos, es lo único que no nos hace caso, al igual que los niños, y por ello nos hace sentirnos vulnerables. Pero en el caso de la naturaleza, no sirve la domesticación, por ese motivo nos la cargamos. Somos la mierda mundial, las cucarachas del mundo, nos dan asco las ratas y lo cierto es que nosotros tenemos infecciones mentales superiores a cualquier bicho de alcantarilla en su sangre. Estamos podridos por dentro, pudrimos aquello que tocamos y nos dejamos pudrir porque pensamos que es lo normal. Pero no lo es. Y, ¿Quién nos dice qué es normal o qué no?. El relativismo de las cosas me mata, porque no lo puedo resolver como quiero... ¿Qué?... soy una humana... estoy podrida. Pero no tanto como la adolescente de mayas de leopardo, addidas caras y "blackberry" que se acaba de sentar a mi derecha, que juega con su aparato de última tecnología. Me alegro de no tener uno, me alegro de mirar, de sentir y de que las cosas me duelan, me alegro de no tener que traducir mis sentimientos a un emoticono. Me alegro de tener valores y pretender más allá de que el típico chulo de playa decida que mi culo es el que se merece su cacho.
La niña del parque cuyo padre hablaba por el móvil se ha dado cuenta de que existo, me ha mirado y me ha dicho ¡Hola!, ella ve, mira y hace lo que siente. Quizá yo no esté tan podrida como pensaba, puede que sólo esté algo contaminada. 
En cualquier caso me voy, porque dejo de sentir las falanges superiores. Le cedería la palabra a la adolescente de mi derecha, pero está demasiado liada chateando con el relleno de su propio pavo.